9 de febrero de 2010



Día Siete
Un corazón limpio.


“Te alabaré con todo mi corazón;
Delante de los dioses te cantaré salmos.
Me postraré hacia tu santo templo,
Y alabaré tu nombre por tu misericordia y tu fidelidad;
Porque has engrandecido tu nombre, y
tu palabra sobre todas las cosas.”
Salmos 138.1,2
En estos tiempos he podido ver que la gente y nosotros
mismos tenemos tantas preocupaciones y muchas veces dejamos
de encontrarnos con Dios.

Claro, es más fácil dejar de orar y adorar, que hacer
cualquier otra cosa.
Pero al leer estos versículos me doy cuenta lo necesario
que es para Dios que le adoremos, pero con un corazón puro,
limpio y humillado delante de él, me refiero a que debemos
adorar con el corazón, pero con un corazón completamente para
él.
El armiño es un animal cuya piel es muy valiosa. Una
características notable de este mamífero es su empeño por vivir
limpio todo el tiempo: el detesta cualquier suciedad en su cuerpo
y limpia inmediatamente cualquier inmundicia que pudiese
pegársele en algún momento. Los cazadores conocen esta
debilidad suya y lo que hacen es que durante el día, mientras
están buscando su alimento ensucian sus madrigueras y cuando
vuelven a ellas en las noches prefieren quedarse fuera de ellas
con tal de no contaminarse. Entonces llegan los perros entrenados
por los cazadores y los atrapan y matan fácilmente.
El armiño prefiere morir a contaminarse con la suciedad. No
deberíamos ser así también nosotros con el pecado del mundo?
Acerquémonos y mantengámonos limpios y nuestra adoración
será cada día más agradable a Dios.

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